martes, 25 de febrero de 2014

Guardar las apariencias

Una de las características de la mentira que envuelve todo el proceso adictivo es que, en muchas ocasiones, las personas adictas tratan de engañar a los demás, y de engañarse a si mismas, manteniendo en público un comportamiento moderado en relación con la bebida.

Hay quién es totalmente abstemio en público. Esto se suele dar con más frecuencia en el caso de las mujeres, sobre todo las que se han criado en una sociedad que es mucho más crítica con la embriaguez femenina que con la masculina, pero también hay hombres que caen en la misma trampa.

Estas personas no beben nada en público, o lo hacen de una manera extremadamente moderada, haciendo creer a quienes no les conocen en profundidad, que son personas totalmente indiferentes al alcohol. En cambio, estas mismas personas, cuando están a solas, beben a escondidas buscando precisamente el efecto embriagador del alcohol para calmar su malestar interior.

Algunos lo hacen en su casa, cuando se quedan a solas, pero otros lo hacen yéndose lejos de su entorno social habitual. Acuden a establecimientos lejanos de su barrio o de su pueblo, entran en lugares donde nunca esperan encontrarse a nadie de sus círculos sociales habituales, y creen con eso que están evitando de la crítica social que suponen que tendrían si alguien los viera bebiendo en público tal y como lo hacen a escondidas.

Curiosamente, me encuentro con frecuencia pacientes que están más preocupados por el hecho de que alguien se entere de que están acudiendo a terapia para dejar su adicción que por el hecho de haber podido ser visto cuando sus comportamientos eran totalmente desajustados bajo la influencia del alcohol, o de otras drogas.

Este guardar las apariencias no es sino otra forma de manifestarse el autoengaño que siempre está presente en la persona adicta, y del que es imprescindible liberarse si se quiere salir de verdad de la adicción.


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico

jueves, 20 de febrero de 2014

¿Por qué no te decides?

Un día te levantas con una fuerte resaca. Te duele la cabeza, tienes la boca seca, no tienes idea de la hora que es, aunque supones que es tarde. Y te sientes mal.

Al levantarte para ir al baño intentas recordar qué pasó anoche. Y no lo tienes claro. ¿cómo volviste a casa? ¿te acompañó alguien? ¿dónde dejaste el coche? … te asaltan dudas y más dudas, pero de repente una fuerte náusea interrumpe tus pensamientos y te hace darte cuenta de que tienes el estómago contraído y dolorido.

Te ves la cara en el espejo y no te reconoces. Te echas un poco de agua para ver si mejora tu aspecto, pero nada. Aún peor. Ves con más claridad tus ojos vidriosos, sin brillo, tu piel con un color mortecino. Y piensas … ¿me habrá visto así alguien? ¿se habrá dado cuenta mi familia de cómo estoy?

Tu cabeza empieza a trabajar rápidamente buscando excusas, justificaciones y explicaciones que puedan dar algún sentido presentable a tu estado. Pero lo peor es que no recuerdas bien lo que hiciste anoche.  ¿y si conté algo al llegar a casa que ahora no recuerdo? ¿y si me contradigo ahora contando otra historia?

Y la ansiedad empieza a apoderarse de ti. Te dan ganas de meterte en la cama de nuevo y esperar que pase la tormenta. O mejor aún, te dan ganas de tomar una cerveza para calmar esos nervios que te están matando. Ya sabes que si lo haces te sentirás mejor y se acabará esa horrible resaca que tienes. Pero también piensas que vaya imagen de borracho vas a dar si lo primero que haces, antes de dar los buenos días, es ir a la nevera y abrirte una cerveza.

Pero no puedes permitir que te vean en este estado. ¿o ya te habrán visto? No recuerdas nada. Y es una sensación angustiante.

Alguien te dijo ya hace tiempo que tu forma de beber no es normal, que tienes un problema, que se te va de las manos. Y que necesitas ayuda. En algún sitio tienes guardado un teléfono al que te dijeron que llamaras para ponerte en manos de profesionales que te ayuden. 

Pero ¿qué me va a decir un médico o un psicólogo que yo no sepa? Beber mucho no es bueno, ya lo sabemos. Pero yo lo controlo. Que hoy me haya pasado un poco no significa nada. 


Y así, suma y sigue, hasta que un día las cosas se ponen imposibles y te propones cambiar. ¿por qué no te decides hoy mismo? 


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico

jueves, 13 de febrero de 2014

Evasión o Victoria

Tomo prestado el título de esta famosa película que narra la evasión de unos prisioneros de guerra durante la II Guerra Mundial para ilustrar el tema que hoy quiero tratar.

Detrás del consumo adictivo de alcohol, y de otras drogas, suele haber un componente de “evasión”. Uno busca reducir el sufrimiento que le producen determinadas circunstancias de su vida mediante el efecto anestesiante que tiene el alcohol. De ese modo parece que los problemas se resuelven, o al menos dejan de estar presentes durante un rato.

Es lo que la tradición de la lengua española llama “ahogar las penas en alcohol” o “beber para olvidar” o tantos otros refranes y frases hechas que hacen referencia a lo mismo. Uno bebe para sacudirse de encima el dolor que siente.

El problema es que el método no funciona. Las penas salen de nuevo a la superficie después de sumergirlas en un baño etílico, y además suelen volver reforzadas y aumentadas, por ejemplo con una buena resaca, o con una nueva acción que lamentar (un accidente, una discusión, una multa de tráfico, un descuido en el trabajo, etc.), con lo que la “evasión” no ha sido al final sino dar una vuelta en círculo para llegar al mismo sitio, pero en peores condiciones.

Lo que hay que buscar es un método que conduzca a la Victoria. En lugar de evadirse de los problemas es mejor afrontarlos, aprender a manejar los estados de ánimo negativos que son la causa de tanto sufrimiento emocional, aprender a superar las situaciones que nos generan ansiedad, temor, inseguridad, falta de autoestima o cualquier otra cosa que sea lo que en el fondo acaba desencadenando esos sentimientos de los que nos queremos “evadir” anestesiando nuestros sentidos con el alcohol o las drogas.

Y para esa Victoria muchas veces es necesario invertir tiempo, paciencia, constancia, y casi siempre es necesaria también la ayuda profesional de un psicólogo experto que nos enseñe a encontrar el camino de la verdadera liberación.

Como los protagonistas de la película citada, necesitamos motivación, constancia, determinación, valentía y entrenamiento para lograr la Victoria. Solo entonces estaremos de verdad evadidos de la prisión de la adicción, es decir, victoriosos y liberados. 


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico

jueves, 6 de febrero de 2014

Síntomas iniciales

Hace unos días llegó a mi consulta un caso de los que no hay muchos, lamentablemente.

Se trata de un joven varón de 35 años, con una profesión de mucha responsabilidad que ejerce con éxito, soltero, con una pareja con la que lleva unos meses de relación y en un estado de salud general bueno. Hace mucho deporte, se cuida, y lleva una vida que muchas personas envidiarían sanamente.

Pero también es cierto que desde los 15 años bebe alcohol con cierta frecuencia. Es un bebedor social, con los amigos, al salir de fiesta – una cosa normal – me dice.

Las alarmas han empezado a sonarle porque en sus dos o tres últimos episodios de bebida ha tenido problemas con su pareja debido a que al beber se desentendía de ella, dejaba de llamarle y de comportarse con ella como hace cuando está en perfecto estado.

Al analizar con él la situación reconoce que una vez que sobrepasa un cierto límite de unas tres o cuatro cervezas, que es lo que suele beber, algo cambia dentro de él y empieza a beber sin medida y acaba tomando mucho más de lo que le gustaría haber hecho. A la mañana siguiente se siente mal, física y moralmente, se levanta tarde y pasa el día entero con desgana.

Mientras no ha tenido novia, todo esto pasaba desapercibido ya que no era algo llamativo en su círculo de amistades, ni tampoco sus padres, con los que aún vive, pasaron de un leve reproche hacia su comportamiento, sobre todo por levantarse tarde y echar a perder el día festivo con una resaca de campeonato.

Ahora se ha dado cuenta de que su conducta tiene todos los ingredientes de la conducta adictiva y de que, si continúa bebiendo, el problema no hará más que empeorar.

Por el momento ha tomado la decisión de dejarlo, y lleva ya más de un mes de sobriedad y sintiéndose mucho mejor.

La reflexión que me hago es que hay mucha gente que, a pesar de presentar claros síntomas de adicción, incipientes eso si, en su vida, los ignoran y dejan que el proceso continúe avanzando hasta que las consecuencias se hacen lo suficientemente graves como para plantearse que hay que cambiar.

Ojalá mucha más gente se diera cuenta a tiempo y pidiera ayuda terapéutica antes de que la adicción llegue a destruir sus vidas de formas mucho más serias que en el caso que comentamos, y que en esta ocasión espero podamos evitar tales sufrimientos a nuestro paciente y a sus allegados.


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico