miércoles, 28 de noviembre de 2012

Abstinencia y sobriedad


Sigo enfrascado estos días en el trabajo con el grupo de pacientes que está realizando el Programa Victoria, de ahí que haya tenido menos tiempo para mantener actualizado el blog.

Hoy hemos empezado a hablar del tema de la Prevención de Recaídas, que es una de las cuestiones claves de cualquier terapia para la adicción, y especialmente de la nuestra.

En el curso de la sesión uno de los pacientes ha planteado su sentimiento de perplejidad porque no acaba de sentirse cien por cien seguro de que vaya a mantenerse sin beber en el futuro, aunque es su deseo y su decisión, pero duda un poco de su capacidad, y ve las dificultades que han pasado otras personas y él mismo en otras ocasiones y tiene un poco de miedo.

También ha planteado la cuestión de que no entiende bien la diferencia entre abstinencia y sobriedad. Por eso he aprovechado para explicárselo a todos.

Una persona está en abstinencia cuando simplemente no bebe alcohol. No importa tanto el motivo. Puede ser una abstinencia forzada por las circunstancias, como cuando uno no tiene acceso a bebidas alcohólicas, o puede ser una abstinencia autoinducida por una u otras razones.

Pero la sobriedad es otra cosa, es como subir a un nivel más alto. El estado de sobriedad lo alcanza la persona que, no solo se mantiene en abstinencia un tiempo prolongado por decisión propia, sino que llega a sentirse cómoda de esa forma, llega a interiorizar el hecho de no beber como forma natural de comportamiento, y llega a dejar de pensar en el alcohol de forma recurrente en su vida.

Cuando una persona alcanza la sobriedad en este sentido, ha dado un gran paso adelante en su proceso de superación de a adicción. Pero aún así, la sobriedad hay que mantenerla, no hay que bajar la guardia porque la adicción es un problema latente que nunca desaparece del todo.


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico
www.programavictoria.com

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Diferencias generacionales


El lunes comencé una nueva edición del Programa Victoria, en el que nos dedicamos a hacer una profunda terapia para superar la adicción y aprender a llevar una vida sana y equilibrada libre de alcohol, drogas y toda clase de adicciones.

Un reducido grupo de personas diversas, que han decidido dejar atrás una vida de sufrimiento vivido y a la vez causado a otras personas, han empezado esta terapia con una mezcla ilusión, incertidumbre, desconfianza en ellos mismos y esperanza de lograr recuperar la libertad perdida.

Entre ellos hay dos personas que representan dos estilos de consumo muy diferentes, pero cada uno de ellos muy representativo de su generación.

Tenemos a Julio, que tiene 73 años, una vida profesional de éxitos empresariales, y una historia continuada de abuso de alcohol desde hace muchísimos años.

Cuenta que él ha sido siempre un bebedor sistemático, matemático dice él. Consumiendo grandes cantidades todos los días, siempre lo mismo. Hace años tomaba copas, además de vino en las comidas y fuera de ellas. Aguantaba mucho y se emborrachaba rara vez, ya que su tolerancia era muy alta. En alguna ocasión ha pasado temporadas sin beber, pero siempre ha vuelto al consumo, aunque últimamente solo toma vino.

Julio dice que él no bebía para emborracharse, sino que algunas veces llegaba a la embriaguez por haber bebido, pero no era el efecto buscado, sino una consecuencia derivada del abuso de alcohol consumido.

En cambio, Carlos, otro paciente el grupo, que tiene 28 años, refiere que él siempre bebía con el fin de colocarse. Es decir, buscaba la embriaguez, el efecto del alcohol, como objetivo directo de su consumo. Un consumo que era seguido muchas veces de la ingesta de cocaína, lo que le ha llevado a tener una adicción doble, a ambas sustancias.

Dos estilos muy diferentes de consumo, dos modelos representativos de épocas diferentes, de generaciones distintas. Pero una sola enfermedad, la adicción, que se manifiesta de modos diferentes, pero que es capaz de destrozar las vidas de todo tipo de personas.

Confío en que el Programa Victoria les ayude a superarla y a aprender a vivir sin adicción.


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico
www.programavictoria.com

lunes, 19 de noviembre de 2012

Aceptación



Una de las cosas más difíciles para un adicto es aceptar su condición de tal, es decir, que padece una enfermedad que afecta a su capacidad de comportarse con libertad en el momento en que empieza a consumir alcohol, o cualquier otra substancia adictiva.

En un primer momento esta falta de reconocimiento de la realidad de las cosas lleva a muchas personas a demorar durante años la decisión de buscar ayuda profesional y ponerse en tratamiento. Con lo que su problema va empeorando progresivamente llegando a veces a consecuencias irreversibles.

Lo que una persona inteligente hace si detecta síntomas que podrían indicar que padece un cáncer, o una infección, o cualquier otra enfermedad, es acudir enseguida al médico, hacerse las pruebas que sean necesarias y tomar las medidas terapéuticas que se le recomienden.

En cambio, en el mundo del alcoholismo, o de las adicciones en general, las cosas suceden al revés. En primer lugar no identificamos los síntomas de adicción como lo que son, sino que buscamos otras explicaciones o justificaciones para lo que nos sucede, y tendemos a verlo como algo normal, y no como un hecho patológico que debemos hacer algo para corregir.

Pero hay otra falta de aceptación muy grave, que es la que conduce muchas veces a las recaídas, una vez que uno ha dejado de beber y se siente bien.

Como no terminamos de aceptar el hecho de que, por ser adictos no podemos llevar una vida normal a menos que estemos sin beber, al pasar el tiempo empezamos a pensar que, ya que estamos bien, podemos volver a beber un poco, eso si, moderadamente.

Con esa excusa, muchas personas empiezan a beber y terminan de nuevo en la espiral de la adicción y vuelven a sufrir lo mismo o más que cuando decidieron por primera vez dejar el alcohol atrás.

En lugar de estar contentos por habernos liberado de la adicción, empezamos a pensar que somos unos bichos raros por no beber, y a buscar motivos, siempre falsos, para justificarnos una vuelta al consumo. Después los problemas vienen solos.

Si una persona miope, que ve bien gracias a las gafas que lleva, dijera un día que no se las va a poner para conducir, porque como ya lleva un tiempo viendo bien, no las necesita, pensaríamos que se ha vuelto loca de repente. Porque, evidentemente, la miopía no se cura por el hecho de llevar gafas, se corrige cuando uno las lleva puestas, pero si se las quita sigue siendo tan miope como al principio.

Un adicto que no bebe, y que no consume otras drogas, está bien, como cualquier otra persona no adicta. Pero la adicción no se ha curado, simplemente se ha desactivado por el hecho de mantener la abstinencia. Lo mismo que el miope ve bien gracias a llevar sus gafas, el adicto que no bebe está bien gracias a que ha dejado el alcohol.

Por eso es absurdo pensar que, por mucho tiempo que lleve uno sobrio, va a poder beber un poco sin riesgo de descontrolarse antes o después.

Esta es otra de las trampas de la mente adictiva que tenemos que aprender a superar.


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico
www.programavictoria.com

viernes, 16 de noviembre de 2012

Una copa es demasiado y cien no son suficientes



Cuando una persona ha desarrollado la enfermedad adictiva, tambien llamada alcoholismo, se encuentra muchas veces frente al hecho de que ha perdido la capacidad de mantener su consumo de alcohol dentro de unos límites razonables de moderación.

Esta es precisamente una de las características esenciales de la adicción, la dificultad creciente de parar de beber una vez que se ha empezado.

El sujeto se da una razón más o menos "justificada" para tomar ese primer trago:

Es un evento social ...

Todo el mundo bebe ...

Solo voy a tomar una y me marcho en seguida a casa ...

He tenido un día horrible y necesito un trago para calmarme ...

Pero después del primero empieza a sentir un deseo creciente de tomar otro, y cuando lo hace, de seguir con otro más ... y así hasta la "penúltima", porque ya sabemos que a la última no llegamos nunca.

A veces solo para uno de beber cuando ya no puede más, cuando físicamente es incapaz de seguir tomando.

Cuando una persona adicta consigue liberarse por fin de su dependencia y dejar de beber, debe de tener clarísimo que su problema solo desaparece si se mantiene sin beber. No es cuestión de más o menos cantidad. Es cuestión de no beber nada.

Una copa es demasiado, porque rompe la abstinencia, porque uno no puede seguir considerándose a si mismo como abstemio si se ha tomado ya una copa, y esa contradicción desencadena una cadena de justificaciones y falsas excusas que motivan a una segunda, y una tercera...

Entonces es cuando el efecto químico del alcohol activa ciertos mecanismos cerebrales que aumentan aún más el deseo de beber y llevan al consumo repetitivo y a veces compulsivo. Ahí es donde se ve que cien copas no son suficientes, porque una vez que la bola de nieve se pone a rodar ya no hay quién la pare. Hasta que estalla al tropezar con un árbol.


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico
www.programavictoria.com

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Huelga de vasos caidos


Es este día en el que muchas personas están llevando a cabo una huelga general como protesta por una serie de cosas con las que no están de acuerdo, yo quiero proponer otro tipo de huelga para mañana, porque como todos los años, el 15 de noviembre se celebra el llamado Día sin Alcohol.

Yo quiero proponer una huelga de vasos caídos a todas las personas a las que el alcohol no ha causado nunca daño. A todos aquellos que toman un trago de vez en cuando, o lo hacen con moderación.

Porque si llevas a gala el hecho de consumir un poco de alcohol sin padecer consecuencias negativas, bien puedes dejar un día en blanco, aunque solo sea para demostrarte a ti mismo que puedes hacerlo, que no has convertido la costumbre de beber alcohol en una necesidad imperiosa en tu vida, y que puedes disfrutar de tu día sin alcohol con toda naturalidad.

También puedes hacerlo como muestra de solidaridad hacia las personas que han visto que beber alcohol se había convertido en una mala costumbre en su vida y se han propuesto dejarlo atrás. Haz por ellos un brindis de salud y comparte aunque sea por un día su vida de sobriedad.

Pero sobre todo quiero proponer un día más de vasos caídos a todas las personas que en su día tomaron la decisión de dejar el alcohol atrás, porque fueron conscientes de que la adicción se había empezado a apoderar de su vida y de su bienestar y fueron valientes para tomar la decisión correcta y aprender a vivir sin alcohol.

Me dirijo especialmente a todos los que han sido pacientes míos en el Programa Victoria, a los que deseo con toda emoción un feliz día sin alcohol, uno más dentro de una sucesión infinita de ellos que espero vivan con alegría, salud y bienestar.

Y también a todas las personas que a través de otros métodos terapéuticos han optado por una vida de sobriedad.

Un día sin alcohol puede parecer muy poco, pero teniendo en cuenta que el único día del que disponemos en nuestra vida es el de hoy, hacer de él nuestro día sin alcohol es vivir por un día libres de adicciones, vivir plenamente y sin anestesia lo bueno y lo malo que la vida nos ofrezca y hacerlo con total consciencia y responsabilidad.

Y mañana será otro día. Otro hoy, que podrás convertir también en tu día sin alcohol para que siga siendo un día a día saludable, positivo y en libertad.

Felicidades.

Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico
www.programavictoria.com

lunes, 12 de noviembre de 2012

De tal palo, tal astilla


Cualquier persona que permanezca atenta al problema de la adicción al alcohol puede darse cuenta de que las personas que la padecen suelen tener antecedentes familiares con el mismo problema.

Y es que las cosas son así. Muchos estudios científicos han demostrado que hay un cierto componente hereditario que explica por qué el alcoholismo se reproduce con mucha frecuencia en miembros de la misma familia.

Aunque no se ha encontrado una sencilla explicación genética, de lo que no cabe duda es de que cada persona tiene en su propia naturaleza un determinado grado de sensibilidad ante los efectos adictivos del alcohol, y también de otras drogas.

Esa diferencia de sensibilidad hace que, al ponerse en contacto con la bebida, unos sujetos desarrollen la adicción antes y otros más tarde. Siempre es una cuestión de copas y de tiempo, es cierto, pero para algunas personas hacen falta menos copas y menos tiempo que para otras.

Esta diferente sensibilidad a los efectos adictivos del alcohol y de las drogas se transmite por vía genética de padres a hijos, aunque no en todos los casos individuales, pero se estima que cuando uno de los padres, o uno de los abuelos, ha tenido problemas con el alcohol, el riesgo de padecerlos se multiplica por cuatro.

Pero no olvidemos que el alcohol solo genera adicción en las personas que lo consumen, de modo que por muchos antecedentes familiares que uno tenga, si no bebe alcohol, o lo hace siempre dentro de unos límites extremadamente moderados, podrá mantenerse a salvo de la enfermedad adictiva.

También es cierto que aunque uno no tenga ni rastro de familiares adictos, si se empeña lo suficiente en beber o consumir drogas, acabará generándose la adicción. Insisto, es cuestión de copas y de tiempo. Nadie está libre del riesgo de convertirse un día en alcohólico o adicto a cualquier otra substancia. Solo la abstinencia es la garantía de que tal cosa no llegará a suceder.


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Los beneficios de beber vino


En estos días ha llamado mi atención una publicidad que ha empezado a aparecer en algunos medios españoles ensalzando los beneficios que tiene para la salud el consumo de vino, con moderación eso si.

La cosa viene auspiciada por varias asociaciones europeas de productores de vino, y amparada por las autoridades de la Unión Europea, y se puede encontrar en una web en la dirección www.wineinmoderation.eu

Si atendemos a la literalidad del mensaje no hay nada que objetar. El consumo moderado de vino, tal como se explica en esa publicidad, no es perjudicial para la salud, salvo en el caso de que una persona haya sido previamente víctima de la adicción, en cuyo caso ese consumo moderado sería con toda probabilidad, antes o después, el primer paso hacia una espiral de consumo que llevaría de nuevo a padecer serios problemas.

Pero ahí tenemos ya el primer problema. Si hablamos del vino en términos positivos, sin mencionar los riesgos del abuso y la dependencia, podemos estar transmitiendo una imagen distorsionada de la realidad que puede tener efectos muy nocivos en muchas personas que hagan una lectura superficial del mensaje y se queden con la simple idea que el vino es bueno para la salud.

Y esa mente adictiva que todos tenemos en una u otra medida puede rápido pasar a hacer una interpretación sui generis, si un vaso de vino es bueno, dos vasos serán mejor, y una botella será excelente ¿o no?

También ese mensaje puede ser el disparadero para una persona que lleva un tiempo sin beber, porque en su día tuvo problemas, vuelva a hacerlo amparado en esa falsa idea de los beneficios del vino sin más matices.

Bien es verdad que la web www.wineinmoderation.eu da una información correcta, pero… ¿quién se lee la letra pequeña? Ahí está el problema. Nuevamente podemos recordar que las palabras las carga el diablo, y de aquí se pueden derivar daños colaterales importantes.

Comprendo que la industria de bebidas alcohólicas tiene que vender sus productos. Es un tema delicado y controvertido. Por eso la reflexión y la sensatez son fundamentales a la hora de tratar estos asuntos.


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico
www.programavictoria.com

lunes, 5 de noviembre de 2012

Halloween


En estos últimos días las noticias más repetidas son las relativas a la muerte de cuatro jóvenes muchachas en una macrofiesta de Halloween en Madrid.

También en Marbella, la ciudad en la que resido, ha habido un caso de un joven herido por apuñalamiento en el curso de la misma noche, así como más de 50 llamadas a los servicios de emergencia médica por intoxicaciones etílicas de jóvenes que estaban "celebrando" esta fiesta foránea que se nos ha ido colando poco a poco al amparo de las películas y de la televisión.

No es que en España hagan falta motivos especiales para hacer una fiesta, pero si éramos pocos, a las tradicionales celebraciones hispanas añadimos con gusto otras que vienen de otras procedencias culturales. El caso es que en España, fiesta es casi sinónimo de abuso de alcohol, y si hablamos de jóvenes, no solo de alcohol sino también de otras drogas.

A pesar de que año tras año se repiten tragedias más o menos sonoras en las que siempre están presentes los mismos ingredientes: multitudes de jóvenes concentrados en uno u otro lugar, música de cierto tipo, alcohol y drogas, la sociedad sigue sin reaccionar más allá de la consternación que producen tales acontecimientos. Pero parece que lo vemos como si de un fenómeno natural se tratara, como si un terremoto o un huracán hubiera sido el causante, y no la conducta irresponsable de muchas personas involucradas en diferentes grados en los hechos.

Yo quiero centrarme hoy en una de ellas, que es la falta de una educación adecuada de los jóvenes acerca de los riesgos del abuso de alcohol y drogas, así como de la falta de imaginación que conduce a creer que no hay otro modo de divertirse que participando en eventos de este tipo.

Creo que los padres debemos hacer una seria reflexión sobre la manera que tenemos de educar a nuestros hijos acerca de estos temas. O de no educarlos en absoluto, que es lo que me temo que sucede en muchos casos, dejando que la corriente social imperante en la calle sea la que forme sus conciencias en lugar de inculcarles unos principios y valores saludables y positivos para sus vidas.

La indiferencia, el derrotismo de pensar que "lo normal" es eso y que hay que respetarlo, o más bien resignarse, son el caldo de cultivo que permite que tales incidentes se repitan una y otra vez.

Después es muy manido aludir a que las autoridades competentes no han sido lo suficientemente diligentes, lo cual será cierto en muchos casos. Pero eso no debe llevarnos a eludir nuestra propia responsabilidad como padres y principales educadores de nuestros hijos. No solo en el seno familiar, donde nadie puede hacer esa labor por nosotros, sino también en el medio escolar y en la sociedad en general ejerciendo nuestros derechos y responsabilidades a la hora de participar en la gestión de los centros educativos y a la hora de elegir a nuestros representantes en las instituciones.

Que cada cual se pregunte cuál es el ejemplo que está dando a sus hijos con su propio comportamiento con el alcohol y otras drogas, y qué actitudes y formas de pensar sobre estos temas está fomentando con sus palabras, y lo que es más importante, con sus silencios.


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico
www.programavictoria.com

viernes, 2 de noviembre de 2012

Sinónimos



No voy a sorprender a nadie afirmando que la lengua española tiene una riqueza de léxico impresionante, con multitud de sinónimos y expresiones diferentes que sirven para describir las mismas cuestiones.

Por ejemplo la embriaguez.

Es uno de los términos que tiene infinidad de sinónimos, y muchas veces me he preguntado por qué, sin tener la respuesta. Está claro que es algo tan arraigado en nuestra idiosincrasia que se ha plasmado en el lenguaje popular con un sinnúmero de palabras para describir el estado alterado de una persona que ha bebido alcohol en cantidad suficiente como para dejar de actuar, pensar y sentir como lo hace habitualmente en su estado natural.

Me vienen a la mente algunos de estos sinónimos, y te agradecería que me aportases alguno más que puedas conocer.

Empecemos por el más común, borrachera. Es un término que no es del todo negativo en la sociedad. Decir que alguien se ha cogido una borrachera puede ser un comentario desenfadado sobre una fiesta del día anterior. Otra cosa es decir que alguien está borracho o borracha, eso ya suena peor, y mucho peor decir que es un borracho, y no digamos un borrachón o un borrachuzo, eso ya se acerca mucho al insulto.

Pero también se suele decir estar cocido, pedo, caliente, pasado, o colocado. Términos que suenan generalmente a algo desenfadado y no del todo reprochable.

Si usamos el término ebrio, o ebriedad, estamos tomando un tono muy académico y formal para hablar de lo mismo. Al igual que si hablamos de intoxicación etílica, que ya suena a lenguaje de un parte médico del servicio de urgencias.

Pero hay más. Podemos tener una castaña, una merluza, una papa, una curda, una melopea … y muchas otras palabras que el lenguaje popular y las variaciones idiomáticas han ido creando a lo largo de los siglos.

Pero no debemos olvidar que, se llame como se llame, la embriaguez es el resultado de una conducta irresponsable y peligrosa, que anula el funcionamiento correcto de nuestro cerebro racional y nos deja en manos del animal que todos llevamos dentro y que solo podemos sujetar manteniendo todas nuestras facultades mentales al cien por cien.

Eso es lo que el alcohol cambia en nosotros, dejamos de ser humanos y pasamos a ser animales: burros, cerdos, víboras, eso ya depende.


Bernardo Ruiz Victoria
Psicólogo Clínico